Aunque la más protagonista de la historia es Lola Touza, la mayor, no me quiero olvidar de sus hermanas Amparo y Julia que aunque no fueron tan activas como ella, siempre apoyaron su causa y la ayudaron, de ahí que me he decidido a titular la entrada de esta manera, las hermanas ‘Schindler’. Tampoco me olvidaré de los cuatro colaboradores activos en la trama, de ellos os hablaré más adelante.
El nombre en clave de Lola era: La madre. Un apodo que encierra lo que esta gallega fue para muchos que vieron en ella protección y ayuda para escapar del holocausto. Creo que con esta frase entenderéis lo mucho que les dio. «Nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas.» Anatole France
Hay historias dignas de una película en la que se de a conocer hechos históricos de suma importancia en un acercar a todos tan maravillosas hazañas. Hay historias que mueren con el que las teje y otras que renacen como la mejor de las novelas cuando las descubres y es entonces cuando deseas hacer un agradecimiento a su vida y un premio a un gran corazón.
Todos recordamos esa lista de 1000 judíos salvados en Schlinder en la que un empresario logra salvar la vida de muchos. Pero nuestras heroínas gallegas no se quedan atrás, afirman estudiosos que debemos agradecerles el medio millar de vidas salvadas.
Pero quiero ser fiel a los cálculos más conservadores que hablan de casi 400 judíos salvados, para ser más exactos 384, lo que equivaldría a dos personas salvadas por semana durante los cuatro años que se mantuvo activa la red de escapada más importante de la península, nos situamos en la II Guerra Mundial del año 1941 al 1945. En Jerusalén siguen reuniendo testimonios y nombres para elaborar la larga lista de quienes le deben la vida a las hermanas Touza.
En el pueblo Ribadavia siempre fue un secreto a voces que las hermanas escondían a los escapados en su zulo improvisado en el quiosco para luego en la nocturnidad de la noche trasladarlos a su casa y esconderlos para ayudarles en la fuga. Ribadavia fue siempre un pueblo que supo guardar bien los secretos y aunque muchos no participasen supieron en este caso mirar bien para otro lado y no parar tan altruista gesto.
Tres hermanas que siempre vivieron juntas y que regentaban el casino de su padre que ejercía de tapadera y que era su fuente principal para conseguir dinero para sus obras y a parte el quiosco en la estación del tren, (La estación de la libertad) que era también cantina y un puente para el que buscaba ayuda.
Ribadavia era entonces el penúltimo enclave en el éxodo de los judíos que atravesaban España para buscar asilo en Portugal, perseguidos por la Gestapo, tratando de dejar atrás la ‘shoah’ (el término hebreo para referirse literalmente a catástrofe), el más cruento holocausto perpetrado a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Fue Antón Patiño Regueiro, librero y escritor monfortino, el encargado de desenterrar la vieja historia de las hermanas Touza en el 2005 con su libro «Memoria de Ferro». Por esas casualidades en la vida, Isaac Retzmann, próspero comerciante alemán de padres judíos, había conocido a un emigrante gallego en la Gran Manzana, un tal Amancio Vázquez, y, sabiendo que éste volvía a Galicia de vacaciones le contó su historia y le pidió encarecidamente que buscara a las hermanas Touza. El encargo terminó llegando a Antón Patiño Regueira que decidió contar la historia.
CURIOSIDADES
NO ME CUENTES CUENTOS les dedica su espacio
EN MÉXICO su vida fue llevada al teatro
UN SECRETO ALTRUISTA Y GENEROSO
Los más cercanos a su historia indican que les llegaba un telegrama y el que venía en el tren sabía a quién tenía que buscar. Lo que está claro es que siempre antepusieron su bienestar al de los demás y esto aún habiendo pagado por su altruismo años atrás con la carcel, no olvidemos que su casa fue refugio también para republicanos.
Son muchos los que afirman que la gente que venía en el tren lo hacía con un claro mensaje, «encontrar a Lola» y ella esperaba en la estación paciente su llegada. Los escondía en el quiosco por el día y era por la noche cuando los cruzaba por la vía del tren (pasando el puente de hierro muy peligroso) hasta su casa que estaba en el centro del pueblo. Esas vías marcaron el inicio del camino para muchos hacia la libertad, la vida.
«La cantina tenía un zulo excavado en el terreno y en la casa donde vivían, el antiguo casino de Ribadavia, había también un viejo sótano. Era allí donde ocultaban a los judíos y donde llegaron a esconder también a republicanos durante la Guerra Civil», confiesa el arquitecto Julio Touza, hermano mayor de María Inés y portavoz de la familia.
Así recuerda María Inés Touza, nieta de Lola , «Lola y sus hermanas ya estaban aguardándolos. Regentaban una cantina que, en realidad, era como un quiosco situado en la estación del ferrocarril. Los trenes se detenían para repostar agua.»
«Eran paradas de corta duración y cuando los viajeros bajaban al andén mi abuela aparecía con rosca, licor café y melindres, para los que tenía una receta que no compartía con nadie». Pero esto no era el más importante secreto que guardaban las hermanas.
Esta historia tiene más protagonistas, nos cuenta Julio Touza
el nieto de Lola, que deben también tener su espacio privilegiado en la historia. En la red clandestina de las hermanas Touza formaban parte estos cuatro hombres que les ayudaron a tejer la palabra esperanza. Lola había ideado tres rutas: por senderos, carreteras de tercera y cruzando el Miño y ellos eran el apoyo estratégico en la vida de los que huían. También son héroes anónimos.
RAMÓN ESTÉVEZ, EL BARQUERO
Precisamente a raíz de una de esas travesías en barco las hermanas Touza entraron en contacto con Ramón Estévez, quien participó en la huida de los judíos y quien, por suerte, todavía vive para contarlo.
«Ramón Estévez trabajaba de barquero ayudando a su padre, que colaboró con mi abuela para auxiliar a un hombre que había llegado a Ribadavia procedente de Mauthausen. Todos prometieron guardar silencio«.
LOS TAXISTAS JOSÉ ROCHA FREIJIDO Y JAVIER MIGUEZ, APODADO EL CALAVERA
Era el encargado de trasladar a los judíos a Arnoia para seguir la ruta hasta el embarcadero.
RICARDO PÉREZ, EL EVANGELISTA
La contribución de Ricardo Pérez Parada, ‘El Evangelista’, resultó determinante. «Ricardo había emigrado a Nueva York en torno al año 1904, en donde había trabado amistad con un polaco que vendía picadura y tabaco de mascar. Aprendió el oficio de tonelero y a su regreso, como sabía inglés y un poco de polaco, hacía las funciones de traductor. Se había convertido al protestantismo y pasaba inadvertido porque hablaba muy poco. Era una persona honesta y brillante».
En el libro de Antón «Memoria de Ferro» habla de él así: Estas hermanas se valieron del servicio de intérprete que les proporcionaba Ricardo Pérez Parada, que emigró de joven a Estados Unidos, trabajando en Nueva York entre los años 1908 y 1914. En este último año decidió regresar a Ribadavia, su tierra, casándose con Carmen Covas Blanco y viviendo de un taller de construcción de toneles junto a la estación del ferrocarril.
LA HISTORIA EMPIEZA CON EL HOMBRE DEL ANDÉN
Aquel hombre barbudo y sucio de tristes ojos azules se llamaba Abraham. Una mañana de 1.941 Lola se acercó a Francisco Estévez mientras descargaba un vagón de ladrillos junto a su hijo y le preguntó: «¿cuándo vais de pesca? Necesito que me hagáis un favor. Tengo aquí a una persona que quiere pasar a Portugal, pero no quiere hacerlo en tren ni por carretera.» Lola había oído que dos agentes de la Gestapo llegados de Vigo merodeaban por los alrededores del pueblo buscando un judío-alemán que había escapado. No hizo falta más palabras porque sin preguntar nada se comprometieron a ayudarla.
Esa misma madrugada a las 4, Francisco y Ramón Estévez acudieron a casa de Lola armados con sus cañas de pescar. Lola y el hombre les esperaban ya detrás de la puerta de su casa (en la despedida lola le da un abrazo y cuatro monedas que al final del camino entrega una a Francisco y otra a Ramón como pago simbólico de la ayuda ofrecida). Le dieron una caña al hombre y le dijeron que no hablara. Se fueron directos a la orilla del Miño y echaron a andar toda la noche. Nadie podía sospechar puesto que era normal que los pescadores salieran a esas horas en busca de un sustento para matar el hambre, pero por si acaso, Francisco se quedó atrás mientras su hijo y el extranjero aceleraban el paso. Horas más tarde llegaron a Frieira, aldea gallega que linda con Portugal. El alemán le preguntó al chaval si le importaba que se quitara la ropa y al responder éste que no, la dobló y se la ató a la cabeza con el cinto del pantalón. Le dijo a Ramón, «te recordaré toda la vida, amigo» mientras le daba un duro de plata alfonsino y se echó al agua alcanzando poco después la orilla portuguesa. En el antebrazo llevaba tatuado el número 451 y dijo que se llamaba Abraham Bendayem.
LA HISTORIA DEL MATRIMONIO DESCUBIERTO
La más importante es la de un matrimonio alemán fabricante de botas para el ejército nazi, la Wehrmacht. Se hicieron ricos vendiéndole botas a los alemanes hasta que estos se dieron cuenta de que eran judíos y comienzan a perseguirlos. Logran escapar a Ribadavia y allí las hermanas Touza les ayudan a llegar a Nueva York. Este matrimonio adoptó a un niño gallego, que es el que cuenta la historia en el libro en la novela «Estación libertad»., de Emilio Ruiz Barrachina. También se cuenta en ella la historia de un violinista francés que se escapa de un campo de concentración hasta llegar a Ribadavia.
RECONOCIMIENTOS
El 7 de septiembre de 2008 la labor humanitaria de las hermanas Touza fue conmemorada en su Ribadavia natal, con un sencillo y emotivo homenaje póstumo brindado por amigos y vecinos, auspiciado por el Centro de Estudios Medievales de la localidad. Una placa grabada en su nombre con el enunciado ‘Loitadoras pola liberdade’ mantiene viva la gesta de las hermanas en la fachada de la que fuera su casa, una casa en donde en palabras de Julio Touza, «siempre había pan para todo el mundo».
La tremenda magnitud de esta hazaña también ha sido reconocida por el estado de Israel. En su capital, Jerusalén, un árbol evoca la labor de Lola, Amparo y Julia. El propio presidente de la Asamblea Universal Sefardí, Isaac Siboni, dejaba constancia escrita del sentimiento de toda la comunidad judía: «Nuestro testimonio de admiración y gratitud para Lola, Amparo y Julia, quienes aun a riesgo de sus vidas han salvado a sus semejantes, a nuestros hermanos, de una muerte segura».
The motto right outside the @PeresCenter is definitely a good reminder: pic.twitter.com/M6NP0I46BT
— Martin Weiss (@martinoweiss) 1 de marzo de 2019
El reconocimiento llevaba la firma de Ron Pundak, al frente de The Peres Center for Peace, la fundación para la paz que auspicia el presidente de Israel, Simón Peres. Dice así: «Recordar estos días a las hermanas Touza es un ejemplo para el futuro de amor y de valor, principios escasos en estos tiempos de odio».
Mientras continúan adelante los trámites para otorgar a las hermanas de Ribadavia el título de ‘Justas entre las Naciones’, una distinción que equivale a la beatificación cristiana y para cuyo reconocimiento efectivo el testimonio en primera persona de Ramón Estévez se antoja determinante.
Lola Touza murió en la habitación de su domicilio en 1966 a causa de un derrame cerebral que propició un fallo cardíaco irreparable. Tenía el corazón demasiado grande. Los restos mortales de Lola Touza «yacen en el panteón familiar, situado pared con pared con el lugar donde reposa ‘El Evangelista’, en un panteón civil» en un lugar apartado de los católicos.
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