Perdida en el Mar de Bering se encuentra una remota y fría isla de origen volcánico a caballo entre los Estados Unidos y Rusia, en la que probablemente no a muchos os gustaría vivir, aunque seguro que paz no os faltaría. Por eso, si eres unos de esos ermitaños penitentes e insociables y con alma de monje huidizo, este es tu lugar, sin duda. Serás bienvenido a St. Matthew Island, Isla de San Mateo o остров святого матвея, puedes llamarla como más te guste, nadie te lo discutirá. No la confundas con otras islas igualmente llamadas en otras partes del mundo, pues podrás acabar en Nueva Caledonia o en la isla fantasma del capitán Cook, si es que la encuentras.
La fauna y su flora te recibirán como mereces, aunque no creo que les guste mucho tu presencia. No tengas miedo por los osos blancos, que aquí tan solo llegan esporádicamente y seguro que aún les dura el miedo hacia los cazadores que siglos atrás liquidaron a todo cuanto animal se les ponía en el medio. Estarás solo entre hermosos acantilados de más de 300 metros… tú y la gélida naturaleza salvaje. A no ser que te gusten los líquenes, tan abundantes y especiales aquí, ya puedes dominar el arte de la pesca y acompañar el pescado con varias especies de arándanos y moras. Es cosa tuya que hacer con los pocos mamíferos que hay, sobre todo zorros árticos y ratones. Y si logras ver un oso polar, ya puedes poner pies en polvorosa, pues no creo que el que llegue hasta esta isla venga muy «sobrao».
Este pequeño archipiélago está formado por tres islas, la propia de San Mateo, la isla Hall y Pinnacle Island, este último poco más que una gran roca. En la actualidad las islas están protegidas dentro Alaska Maritime National Wildlife Refuge, o lo que es lo mismo, el Refugio Nacional Marítimo de Vida Silvestre de Alaska. La más grande de ellas, como dijimos, es la de St. Matthew que cuenta con casi 52 km de largo y 36 en su parte más ancha completando una extensión de algo más de 350 km2. Aquí, en esta inhóspita isla de San Mateo, es donde empieza (y acaba) nuestra historia.
Al estar entre Rusia y Estados Unidos fueron ambos los que se apresuraron para hacerse con el control de la isla de San Mateo. Que tengamos constancia, los primeros en llegar en 1809, fueron los rusos guiados por Demid Ilyich Kulikalov, un personaje un poco especial que ya tenía experiencia de lo que era andar por Alaska y otras tierras frías e inhóspitas. De este tal Kulikalov sabemos que fue el administrador de la América rusa, las antiguas posesiones de los rusos en el norte de América. Pero la cosa no le fue muy bien allí, ya que fue azotado y expulsado presuntamente por crueldad hacia una mujer y su hijo. Poco más tarde comenzó su expedición a esta remota isla de San Mateo para regresar a Unalaska un año después.
No sabemos nada más de esta isla hasta que en 1944 llegaron los americanos con su bandera y su guardia costera para la instalación de un sistema de navegación. Como bien sabían de las duras condiciones de este archipiélago y la escasez de comida para un buen grupo de humanos perdidos en el mar de Bering, decidieron traerse con ellos a 29 renos, pero no precisamente como animales de compañía. Necesitaban proteína y estos sería un respaldo para su sustento.
Aunque su intención era quedarse, la base fue considerada innecesaria y por ello no duraron más que unos meses poniendo rumbo de nuevo al país de Tío Sam, dejando atrás esa inhóspita tierra y dejando atrás también a todos aquellos renos que no habían llegado a formar parte del menú de los expedicionarios.
Los pobres renos, al ver que se perdían en el horizonte, respiraron profundamente y aunque no comieron perdices, fueron felices comiendo bayas, líquenes y arándanos. Y lo sería de tal forma que ya os podéis imaginar el futuro de esta especie en esta pequeña isla. Al no tener depredadores naturales más que algún oso perdido esporádico, los renos se reprodujeron tremendamente, hasta tal punto que cuando llegó una expedición científica trece años después (1957) quedaron estupefactos al encontrar a 1350 renos, y todos parecían saludables y hermosos. Parecía el Nirvana de los renos. Volvieron solo 6 años después y lo que vieron les sorprendió aún mucho más que en su primera visita. Los renos saludables que descubrieron seis años antes se habían multiplicado por seis, alcanzando los 6000 ejemplares. Las cuentas nos salen a más de 16 renos por kilómetro cuadrado.
Pero todos sabemos que la naturaleza es sabia, y esa presión herbívora no podría aguantar siempre. Los nutritivos líquenes comenzaron a escasear cuando los glotones renos no los dejaron ni crecer. Ahora, los ya hambrientos renos no tuvieron más remedio que pasarse a comer pasto, alimento que no era muy saludable para estos. Esta dieta provocó la debilitación de aquella salud de hierro de la que habían disfrutado en tiempos más felices y comenzaron a perder peso y caer enfermos. Esto unido a una gran competencia por la alimentación, derivó en una gran mortandad y acabó con la isla de los sueños de los renos.
En 1966 regresaron los científicos para ver como les había ido la vida a aquellos antaño felices renos. La naturaleza había hecho su trabajo, solo parecía haber montañas de huesos y esqueletos enteros de aquellos pobres animales. Para su sorpresa encontraron con vida hasta 42 animales, pero de estos 41 eran hembras y tan solo uno era macho y aún por encima esteril. Debido a la imposibilidad de reproducción en el año 1980 ya no quedaba ningún reno feliz en la isla de San Mateo.
La naturaleza es sabia y acaba poniendo orden en el caos. Esperemos que la humanidad lo comprenda pronto y no acabemos como los renos de la isla de San Mateo.
Bibliografía:
- https://www.youtube.com/channel/UCwX62hfaK9lpVAsnZlURHSA
- https://travelask.ru/blog/posts/22149-video-neudachnyy-eksperiment-s-zhivotnymi-provedennyy-na-ost
- https://en.wikipedia.org/wiki/St._Matthew_Island
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