12 febrero, 2025

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Mi homenaje a «Las dos Marías»

«Las Marías, Las Dos Marías, Las Dos en Punto o Cara de Palo» era como se conocían a las dos hermanas Fandiño que fueron las mujeres más conocidas y fotografiadas de Compostela, y que su escultura ahora es una de las más visitadas en Santiago.

Las Marías fueron ese grito de libertad que todos necesitaban y es que cuando se pierde la dignidad ya no queda más que perder y el miedo se disipa entre colores. Y si algo tiene de lo que estar orgullosa Santiago es de la luz que aportaron estas figuras que hoy en día son todo un reclamo del turisteo y piden a gritos no una placa en el suelo cuál lápida anunciando el nació y murió, gritan por un panel explicativo contando su verdad porque todos, todos tienen derecho a conocerla.

Algunos las tocan, se quitan la foto y se van por dónde vinieron, otros conocemos la historia y nos las llevamos puestas a todas horas por todo lo que nos enseñaron. Nuestras visitas como manera de agradecer lo que significaron y con ellas les hacemos el mejor de los homenajes. Todos pedimos que se sepa su historia que se las haga grandes por lo que pasaron y desencadenó su forma de pisar en la vida.

Si se conoce la historia no se repite y si se transmite no se olvida y es por esto que con esta entrada quiero dar la importancia que tienen a estas incomprendidas mujeres que tuvieron muy poca suerte en la vida.

En el 2013

Siguen siendo sus figuras motivo de burla en ocasiones, de ataques (vandalismo), de desprecio ante tan importantes mujeres que aún viviendo en la más profunda miseria lograron chiscarle un ojo al gris y pautaron su estilo con extravagancia. Siendo los personajes más conocidos de Santiago aunque muchos se queden en el decorado y no vean lo que se está representando.

Jóvenes de espíritu viviendo en cuerpos mayores y desnutridos, da igual la hora por las que quieran llamaros «las dos en punto!» que nunca eran tan en punto pero que siempre fueron dos, después de despedir a Sariña una hermana que les vivió bien poco y por la que guardaron duelo toda la vida.

Nunca más os llamarán «cara de palo» porque para los intransigentes ser cara palo era ser defensora de vuestra dignidad.

Nunca le cortastes las alas a tu hermana que coqueteaba siempre en el límite de lo obsceno y del piropo, porque en tu interior sabías que era su forma desenfadada de reclamar la atención en un mundo que le robó la que se merecía. Dejaste que pintara el mundo de color con su desenfado.

Vuestros tacones sonaron fuertes en un momento en el que lo hacían los pantalones. Fuistéis mujeres orgullosas a las que se les tenía que engañar para dar la comida, mantenidas a base de galletas y vino sansón que les encantaba y que era el único vicio al que resultaban confesas.

Siempre pendientes de conseguir la ropa que pasaba de moda y no se vendía en los comercios y donada se engrandecía en sus cuerpecillos enquencles y doloridos por tanto palo de la vida. Siempre arregladas como ellas se veían guapas porque la moda es algo efímero que no se impone en la vida de quién siempre tuvo grises y quiere maquillarse en colores, para mi siempre bellas, por dar alas a quién no las tenía.

No tenían para maquillajes y el talco era esa máscara improvisada que les propiciaba la eterna juventud porque en sus carnes siempre se sintieron jóvenes, para piropear en un momento en el que la mujer debía guardar la compostura hasta para respirar.

Sufrieron la persecución, aguantaron las peores vejaciones por no huir porque para ellas Santiago era su hogar. Las calles de Compostela arroparon siempre su imaginación, «no eran locas, eran libres», ningún régimen doblegó su libertad aunque las puso muchas veces de rodillas.

Sintieron con el paso de los años que los sueños no se pueden controlar y vivir es un paseo en el que dar y recibir alegría porque eso es lo que daban ellas, de que hablar, y por un momento la gente se olvidaba de sus penas. Fueron el placebo de unos tiempos en que las risas se habían desdibujado entre tanta represión.

A mucha honra todos hablamos de empoderarse pero siento que estos términos ya vienen de muy atrás y duermen olvidados en la placa de dos mujeres que aunque no cambiaron el mundo le pusieron color.
Recuerda sus nombres Maruxa y su hermana pequeña Coralia la más alta a la que le hubiese gustado llamarse Rocío, «ni putas, ni locas», mujeres sufridas que se pintaron las penas ellas solas y echaron a volar.